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Sobre la adversidad temprana

By El Hilo Ediciones

“Lo que Ana no supo en el momento de escribir su carta a Santa Claus, era la de cosas que compartía con él, y es que tanto una como otro, aun a pesar de haber tenido que mirar cara a cara a la adversidad ya desde muy pequeños, no solamente lograron crecer, sino que además acabaron convirtiéndose en dos seres realmente mágicos”.
A su corta edad nuestra querida personaje, observadora como es y frente a la televisión, se da cuenta todas las noches de que Pepa Pig y su familia, tienen cosas que ella también quisiera tener, y que necesita -por cierto- para crecer. Así que con esa naturalidad y espontaneidad que caracteriza a la infancia, un buen día decide cambiar la carta que ese año le había escrito a Papa Noel, y con ello pedirle algunas de esas cosas que tanto desea. A cambio, renunciará a bastantes de los juguetes que en su momento pidió para navidad.

Debéis saber que el personaje de esta aprendiz de escritora, se basa en una niña real, una niña más querida sin duda, la cual un buen día, jugando, jugando, decidió contarnos clara y rotundamente como veía su mundo interior, así como la relación que tenía con los demás.
Se trata de una de esas niñas que pide lealtad constante a sus papás adoptivos, de esas que puede llegar a entrar en pánico si siente que estos se retiran, de esas que salen del colegio exhaustas como si llegara de correr algo así como un maratón emocional, y de esas que necesitan controlar muchas cosas de su alrededor. Pero sobre todo se trata de una de esas niñas las cuales con el tiempo, y buenas dosis de buen trato, va siendo capaces de crecer y crecer.
Esta historia real, rápidamente fue complementándose con nuevas ideas y matices, para al poco tiempo darnos cuenta de que en gran parte representaba a muchos niños que han sufrido situaciones de malos tratos, o que de alguna manera han debido enfrentar situaciones de trauma temprano. Fue entonces cuando apareció Ana y el proyecto de este álbum con ella. Alrededor de él nos fuimos encontrando poco a poco las personas que figuran en la portada y algunas que no.

En ese inicio, hace aproximadamente un año, fue Conchi Martínez Vázquez la que propuso, guio y animó, para que de ese modo Aurora y José imaginaran, mentalizaran y pusieran palabras. Fue a los días cuando a Nuria, al escuchar la historia, se le escapó un abrazo de esos que orientan, para después terminar ilustrando la historia. Y finalmente fue a los meses que Maribel Tabuenca, desde su “cofre de hilos”, permitió que de algún modo Ana se hiciera más y más grande. Al final de ese proceso, nos encontramos con José Luis Gonzalo y Maryorie Dantagnan los que con su supervisión y cariño nos ayudaron a rubricar esta historia.
Si nos preguntan para qué construimos este álbum ilustrado diremos que lo hicimos para ayudar a “comprender mejor”. Habitualmente trabajamos, nos relacionamos e incluso criamos a niños y jóvenes, los cuales han transitado ya momentos de adversidad temprana, y por tanto con huellas considerables en sus vidas.
En el plano profesional, de cara a aportarles algo en todo su proceso terapéutico nos vemos en la labor de ayudarles a reconstruir y reparar algunos fragmentos de vida. Y con ello motivarlos y ayudarles a regular emociones, implicarlos en el trabajo de cambio, para finalmente junto a él llevar a cabo una redefinición de algunas de sus narrativas y desarrollar o aumentar su capacidad resiliente.

Este itinerario de intervención, sintetizado posiblemente en exceso, no va a poder dar sus frutos si no existe una mínima capacidad mentalizadora tanto por parte del propio profesional, como por parte del propio joven, así como por su red afectiva.

Con su carta a Santa Claus, y todo lo que cuenta en ella, Ana de alguna manera pretende ayudarnos concretamente en este sentido, y a partir de ahí facilitarnos el hecho de conseguir respuestas para preguntas tan necesarias como: “qué le pudo pasar a esta niña para …”, “cómo ve el mundo este muchacho cuando …”, “qué tuvo que ocurrir en la vida de esta familia para que …”.
Lo diremos de otro modo, diremos que con este ejercicio de curiosidad profesional, pretendemos ayudar al lector a conectar de otra manera; por ejemplo, con ese niño que fue adoptado hace unos años y que sin saber muy bien por qué, en mitad de una fiesta de cumpleaños, acaba comportándose como si se encontrara en medio de un torneo de la edad media – con lucha entre caballeros incluida, ¡claro está!-. O comprender mejor a ese adolescente, el cual frente a una jueza de menores, reconoce los hechos de los que le acusan, mientras con gesto abatido hunde la mirada en sus zapatos y reconoce entre murmullos no saber qué le ocurre aquí -señalándose la frente- para hacer estas cosas. O quizás nos aporte ideas también para comprender a una madre o un padre, que se sienten al límite con la conducta de su hijo, que cada vez notan una mayor una carga de culpa, y que en realidad nadie les dijo que lo que realmente están haciendo, no es más ni menos que una marentalidad/parentalidad terapéutica.

En lo personal y lo profesional, nos sentimos más satisfechos cuando al ver que con el desarrollo de esta mirada explicativa, comprensiva y mentalizadora, evitamos “cargar las tintas” -y con ello la mayoría de responsabilidad- sobre el niño/a. Y es que mirar a la infancia de un modo sistémico implica hacer un reparto justo de atribuciones a la hora de entender cómo se construyeron. Con ello, revisar niveles de competencias parentales, así como aciertos y negligencias institucionales, respuestas de la red afectiva del chico en un momento dado, o el tipo de apoyo o ausencia de redes sociales, por poner solo unos ejemplos, resulta fundamental, pues pensamos es ahí donde se encuentran las verdaderas responsabilidades.

Por último decir que todo este cuento, todo esta gran metáfora, se configura además como una puerta de entrada a gran variedad de textos y artículos teóricos que algunos/as autores/as ya han desarrollado en este sentido desde su propia experiencia. En el material se hace referencia a ellos, así como a algunas de sus ideas, tanto para comprender mejor algunos conceptos, como para poder establecer una mejor vinculación con ese joven a la espera de la sentencia del juzgado de menores, o ese niño que se cree en medio de una lucha entre caballeros, etc.

Así que poco más aportaremos a este texto. Únicamente reconocer al lector nuestro deseo de que ojalá que al tiempo, pasados quizás diez o doce años, podamos reencontrarnos de nuevo con la joven Ana. Si lo hacemos, creernos que con toda seguridad nos permitiremos preguntarle si esa carta imaginaria que aquel fin de semana escribimos en su nombre, provocó de alguna manera que se sintiera interpretada y tratada de otro modo.

Jose Castillo Piquer y Núria Molina Molina, autor e ilustradora de “Una carta a Santa Claus”

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